domingo, 23 de octubre de 2011

El saber que ya no voy a recibir tus buenos días, tus buenas noches, tu llamado persistente y siempre esperado, me inunda nuevamente de un vacío desmesurado que casi no puedo soportar.
Necesitaría cortarme los dedos para no discar, para no escribir, necesitaría ser ciega para no mirar el teléfono a cada rato, sorda para no escuchar el chillido del celular y pensar siempre que tal vez seas vos que no aguantaste más, descerebrada para no pensar en vos a cada instante.
Necesitaría morir y volver a nacer para sacarte de mi existencia.
Odio este sentimiento que me agobia, odio tener la garganta cerrada e inundada con las lágrimas que no puedo derramar por que siempre hay alguien a mi alrededor que no quiero que las vea, odio esta vida fraudulenta que me engañó desde el día que nací aunque le pedí con todas mis fuerzas que no lo hiciera, odio ser como soy, temperamental, pasional, cerebral, exuberante, perversa conmigo mismo y dependiente de cada sentimiento y cada pensamiento aunque no siempre vallan por el mismo camino. Y te odio tanto como te amo por que no puedo sentir esa indiferencia que haría que te alejara de mí para siempre.
Por eso escribo acá, para que no te llegue pero para descargar este recipiente lleno de vacío que hoy es mi cuerpo, el envase mas deforme por que de tan elástico, nunca deja de cargar.


Ayer, entrada la tarde, entendí como se veían las cosas desde el otro mundo. Pude verme mirando a este mundo desde aquel, y sí que hay otro, no me quedaron dudas….



Ví círculos marrones que proyectaban una tenue sombra y entendí que era lo que generaba la luz que me alumbraba cada noche. Ví cucarachas de colores, de diferentes tamaños, que se movían a distinta velocidad, algunas hasta se quedaban detenidas y encendían y apagaban luces hasta despistarme y hacerme pensar que eran luciérnagas, pero no encontré las alas, ni de una ni de otra. Lo peor fue ver que una de ellas desplegó esa ala casi invisible y despidió algo, raro, desarticulado, bamboleante, que no pude percibir bien que lo sostenía, parecía un rectángulo con algo encima y debajo de él, asomaban dos cosas que rítmicamente se movían, una adelante, otra atrás, una adelante otra atrás y así siempre. Presté mas atención a tanta rareza, agudicé el oído, me incliné, y hasta fruncí el seño como si eso hiciera que las cosas fueran mas claras. Inmovilicé el instante. Miré mas arriba, o mas abajo de mí  o a ras, no se bien , y había luces titilantes, millones de ellas, a distintas alturas, me pregunté que hacían allí y por que las cucarachas y los rectángulos bamboleantes siempre se deslizaban entre ellas a otra altura, divisé sombras producidas por las hileras de esas luces estáticas y móviles, toda una confusión, se ocultaban bajo postes móviles sonoros de color oscuro, nada brillante pero de diferentes matices casi imperceptible que aparte, silbaban y producían una especie de brisa que hacía que todas las sombras se desdibujaran en el suelo.
Me llamó la atención como a medida que se oscurecía el cielo que me asilaba más se movían las luces, las cucarachas, los rectángulos y las sombras. Ellos convivían con otros seres, cambiaban de color, de ritmo, de sonido, todo cambiaba a cada instante exceptuando yo, que solo expectaba, cada vez mas gacha, cada vez mas descorsetada.
 Y fue ahí cuando el sonido fuerte, continuo y ensordecedor de un bocinazo me hizo ver al auto que  a toda velocidad intentaba no lastimar al señor que paseaba con su perro. El auto se detuvo,  se abrió la puerta, descendió otro de los rectángulos, se dirigió al anciano que a su vez soltaba su perro que huía despavorido a refugiarse al gigantesco árbol de la esquina, y éste, asustado como yo cuando observaba, intentó explicar que la poca luz que esos postes mal situados daban no lo dejaron ver que el vehículo se acercaba.
Y todo pasó, cada uno siguió su camino y yo me senté en mi cómoda silla plástica, me acodé en la reja del balcón del 7ºA a seguir mirando cucarachas,  rectángulos, círculos móviles, sombras, luces titilantes y de vez en cuando, el cielo negruzco donde creí estar cómodamente expectante.
Septiembre 2011, una primavera mas, un otoño menos.