domingo, 23 de octubre de 2011

Ayer, entrada la tarde, entendí como se veían las cosas desde el otro mundo. Pude verme mirando a este mundo desde aquel, y sí que hay otro, no me quedaron dudas….



Ví círculos marrones que proyectaban una tenue sombra y entendí que era lo que generaba la luz que me alumbraba cada noche. Ví cucarachas de colores, de diferentes tamaños, que se movían a distinta velocidad, algunas hasta se quedaban detenidas y encendían y apagaban luces hasta despistarme y hacerme pensar que eran luciérnagas, pero no encontré las alas, ni de una ni de otra. Lo peor fue ver que una de ellas desplegó esa ala casi invisible y despidió algo, raro, desarticulado, bamboleante, que no pude percibir bien que lo sostenía, parecía un rectángulo con algo encima y debajo de él, asomaban dos cosas que rítmicamente se movían, una adelante, otra atrás, una adelante otra atrás y así siempre. Presté mas atención a tanta rareza, agudicé el oído, me incliné, y hasta fruncí el seño como si eso hiciera que las cosas fueran mas claras. Inmovilicé el instante. Miré mas arriba, o mas abajo de mí  o a ras, no se bien , y había luces titilantes, millones de ellas, a distintas alturas, me pregunté que hacían allí y por que las cucarachas y los rectángulos bamboleantes siempre se deslizaban entre ellas a otra altura, divisé sombras producidas por las hileras de esas luces estáticas y móviles, toda una confusión, se ocultaban bajo postes móviles sonoros de color oscuro, nada brillante pero de diferentes matices casi imperceptible que aparte, silbaban y producían una especie de brisa que hacía que todas las sombras se desdibujaran en el suelo.
Me llamó la atención como a medida que se oscurecía el cielo que me asilaba más se movían las luces, las cucarachas, los rectángulos y las sombras. Ellos convivían con otros seres, cambiaban de color, de ritmo, de sonido, todo cambiaba a cada instante exceptuando yo, que solo expectaba, cada vez mas gacha, cada vez mas descorsetada.
 Y fue ahí cuando el sonido fuerte, continuo y ensordecedor de un bocinazo me hizo ver al auto que  a toda velocidad intentaba no lastimar al señor que paseaba con su perro. El auto se detuvo,  se abrió la puerta, descendió otro de los rectángulos, se dirigió al anciano que a su vez soltaba su perro que huía despavorido a refugiarse al gigantesco árbol de la esquina, y éste, asustado como yo cuando observaba, intentó explicar que la poca luz que esos postes mal situados daban no lo dejaron ver que el vehículo se acercaba.
Y todo pasó, cada uno siguió su camino y yo me senté en mi cómoda silla plástica, me acodé en la reja del balcón del 7ºA a seguir mirando cucarachas,  rectángulos, círculos móviles, sombras, luces titilantes y de vez en cuando, el cielo negruzco donde creí estar cómodamente expectante.
Septiembre 2011, una primavera mas, un otoño menos.

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